Saludos amigos Wocaneros, hace poco estuve leyendo por la web varios periódicos y revistas digitales en busca de nuevas Wocadas.... Y bueno, nunca falta un buen articulo que compartir, en esta ocasión se trata de un periódico digital de Guatemala, y el articulo fue publicado en el año 2007. A mis amigos los Policías, esto no es personal, los estimo mucho... pero bueno, esto no se ve solo en Guatemala, aquí en Venezuela también se ve, y no solo con los Policías, también con otros organismos que tienen que redactar informes, y hasta los mismos periodistas no se salvan cuando quieren redactar sus eufemismos... Vean ustedes:
El policía visto a través de sus partes
“El aprehendido manifestó ser el tío paternal de...”, “los proyectiles impactaron el wishil”, “el occiso viste una chumpa azul semidesnudo y calzoncillo camoflashado”, “le efectuaron disparos a lo que es su humanidad”.
En los cursos de redacción de Ana María Rodas nunca falta el ejercicio de escribir noticias en “lenguaje policial”. La escritora y Premio Nacional de Literatura 2000, le pide a sus estudiantes que redacten distintos hechos con el estilo rebuscado que los policías utilizan para informar sobre las novedades de cada día. Se refiere a frases como: “Se localizó el cadáver de un individuo de sexo masculino” cuando podrían decir “un muerto”, o eufemismos cursis como “la persona aprehendida se abalanzó contra la humanidad del elemento policial”, en vez de “el detenido agredió al policía”.
Entre las risas y burlas que el ejercicio genera en clase, Rodas, férrea defensora del idioma español, trata de enseñarle a sus alumnos que todo el mundo habla de diferente forma pero hay una que los aprendices de comunicadores no pueden permitirse: la de informar de un modo tan alambicado que cueste entenderlo. Como el de los policías.
Nada mejor para acercarse al lenguaje de los encargados de la seguridad pública que los partes que cada mañana remiten las comisarías de la Policía Nacional Civil (PNC) para reportar los hechos de las últimas horas, en cada rincón del país, desde la trifulca entre dos campesinos por el robo de un chompipe, hasta un asesinato.
Son informes que llegan por fax, algunos redactados en máquinas mecánicas porque aún no llega la computadora a la estación, y que se convierten en verdaderas joyas que reflejan la forma tan enredada e indirecta que tenemos de hablar los guatemaltecos.
El uso constante de eufemismos es muy nuestro, dice Arturo Monterroso, escritor y también instructor en talleres de redacción. Recurrimos a términos decorosos para eludir a las palabras malsonantes o grotescas. Y en el lenguaje policial malsonante es casi todo: el muerto, la herida, las riñas, el capturado, el cadáver, la prostituta, el ebrio. Todo cuanto sea u ocurra es susceptible de mencionarse de una forma rebuscada, que raya en lo cantinflesco, lo ambiguo y, al final, lo incomprensible.
Uno no puede menos que imaginarse a un muerto muy vivo y fugitivo cuando lee un parte policíaco como este que remitieron de San Marcos: “El occiso se conducía a bordo de un pick up Toyota pero por causas que se ignoran el vehículo descrito se precipitó al barranco, dándose a la fuga el conductor del mismo”. ¿Huyó el occiso? No se sabe porque en la siguiente línea se especifica que “el cadáver descrito quedó en poder de familiares en virtud de oponerse al traslado”. ¿Se opuso el muerto? De nuevo queda la duda.
El vocero poeta
La oficina de Relaciones Públicas de la PNC (Oris) es una salita fresca e iluminada en el nuevo edificio de la Policía en la zona 1, en donde los periodistas pueden leer el resumen de las últimas novedades policíacas.
Hay que aspirar mucho aire para leer, de corrido, informes como el de esta persecución en El Progreso: “No obedeciendo el mismo, haciendo varios disparos con arma de fuego en contra de los elementos policiales, impactando dos proyectiles en el faldón lado derecho de la unidad descrita, dándose a la fuga, iniciándose una persecución, dándoles alcance en el lugar de la detención, incautándoles una pistola con un cargador conteniendo en su interior 07 cartuchos útiles, careciendo ambos de la licencia respectiva para su portación”.
Carlos Caljú, el vocero de la PNC y jefe de la Oris, explica que este resumen de novedades no es producción de su oficina, sino que viene de la Central de Novedades que se encarga de reunir los partes policíacos de todo el país en un informe final que se le rinde a los mandos superiores.
Sin abandonar la modestia, Caljú cuenta que su oficina sí cuida mucho la redacción y ortografía de todo lo que se escribe. Además de lo que aprenden los agentes en la Academia de la PNC sobre redacción y de los machotes que utilizan, Caljú les enseña que “las notas deben tener un lead (primer párrafo) en donde se explique el qué, cómo, cuándo, dónde y por qué, como en los periódicos, pero con un lenguaje periodístico-policial”, explica.
Carlos Caljú es un policía de 43 años (19 de ellos de carrera policial), técnico en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Francisco Marroquín, lector de novelas y aprendiz de poeta. Los versos del poema que terminó la semana pasada, titulado Y si acaso, no parecen provenir del uniformado y botas relucientes que acaba de dar declaraciones sobre el traslado de un peligroso reo, sino de un policía enamorado: “Mi pensamiento callado, trémulo, no entiende el por qué de tu ausencia. Si ayer estaba y me amabas, como la lluvia a la tierra, y el cielo a las estrellas, sí, así te amo”.
Y sí, Caljú está enamorado, dice, pero del idioma español. A menudo el vocero les pide a sus subalternos que describan objetos inanimados de distintas formas. Para inspirarlos les da el ejemplo de una puerta de madera: “pienso en el árbol que una vez albergó pájaros, que le dio sombra a las flores y en él habitaron hormigas. Y ahora estás aquí, convertido en dos tablas de madera, prisioneras en esta habitación”. “¡A usted se le ocurre eso porque es poeta!”, le alegan sus alumnos.
“No, digo eso porque pienso diferente, y ustedes deben hacer lo mismo, no ser como el montón”, les responde.
En el escritorio de Caljú se puede leer un memorando que ese día le envió un subalterno en el que reconoce que el fin de semana se redactaron “tres comunicados con faltas de ortografía y errores en el lead y que eso ya ha ocurrido con anterioridad”. “Sí, soy exigente, me esmero de que no mandemos comunicados con errores”, dice el vocero. “Aunque es verdad que en muchas estaciones de la PNC ponen a cualquiera a redactar y mandan cada cosa...”.
En la redacción de elPeriódico es famoso el relato de un reportero que cubría la fuente policial y un día, mientras revisaba los partes, se topó con la descripción de varios objetos decomisados en una vivienda, entre ellos “una cruz marca INRI”. Caljú suelta la carcajada al escuchar la anécdota. Sí, admite, el nivel educativo y cultural de muchos agentes no es el deseado “pero cada vez la Policía está más profesionalizada y casi la mitad de sus miembros tiene estudios universitarios”, enfatiza. No hay que olvidar que el poeta también es un diplomático vocero.
Uno no se cansa de hojear los mamotretos de partes policíacos cuando brotan textos inexplicables como: “Manifestando que un individuo de raza negra le disparó dándose a la fuga con rumbo desconocido totalmente tatuado quedando en observación únicos datos solvente”.
Los hay prejuiciosos como “el hoy occiso pertenecía a una de las pandillas juveniles ya que presenta un tatuaje con la leyenda ‘un perro cargando la muerte’“. No faltan los coloquiales: “Y por el estado en que se encontraba ingirió un octavote de insecticida Paraguat” y los sarcásticos: “Sorprendido agrediendo a bofetadas y puntapiés a su progenitora, el aprehendido presenta tatuaje en el brazo izquierdo con leyenda: perdón madre mía”. También están los confusos: “Una persona detenida por robo de Q500 y un cadáver” y los inclasificables: “Sorprendido flagrantemente agrediendo a su compañera de hogar sin ocasionarle golpes visibles, al momento de reducirlo al orden se abalanzó en contra de los captores, destrozando el uniforme del agente de la PNC por lo que fue puesto a disposición del juzgado”. ¿Detuvieron al hombre por pegarle a su mujer o rasgar las ropas del policía? Adivine usted.
La excesiva formalidad del lenguaje policial y judicial y que alcanza a los bomberos, los abogados y los médicos, no es propia de Guatemala. El peruano Santiago Roncagliolo la retrató tal cual en su novela Abril Rojo, ganadora del Premio Alfaguara 2006, cuando su personaje central, el cándido fiscal Félix Chacaltana, redactaba henchido de orgullo de sus habilidades lingüísticas, un informe que rezaba: “Según ha manifestado ante las autoridades competentes, el declarante llevaba tres días en el carnaval del referido asentamiento, donde había participado en el baile del pueblo. Debido a esa contingencia, afirma no recordar dónde se hallaba la noche anterior ni ninguna de las dos precedentes, en las que refirió haber libado grandes cantidades de bebidas espirituosas...”.
“Lenguaje funcional”, llama el periodista español José Luis Martínez Albertos al lenguaje propio de tecnócratas y políticos –incluso el de los policías– cuyo común denominador es precisamente la irresistible propensión al hermetismo y la ambivalencia, cita Gustavo Berganza, periodista y sociólogo guatemalteco.
El lenguaje funcional cumple una función disuasiva, porque su contundencia eclipsa las dudas aunque no las resuelve, tiene tendencia al enigma, a expresiones ininteligibles y alusiones al eufemismo. Dicho de otra forma, las declaraciones que dan ante la prensa muchos policías, políticos y funcionarios hacen sentir al ciudadano de a pie un perfecto ignorante, sin que se anime a preguntar qué significan.
¿Pero por qué hablar así? “Porque el funcionario se expresa de manera sombría, como una manera de demostrar su autoridad”, señala Berganza. En la medida en que se da información confusa y ambigua y se maneja un código que no entienden los otros, sino solo los colegas, se asume una posición de poder. “Y el gran problema de esto es que muchos periodistas se dejan seducir por esa ‘oscuridad’ para expresarse y acaban por redactar y hablar de la misma forma”, opina Berganza.
Cuántas veces no hemos oído a un comunicador emular al bombero con informes como: “quien en vida respondía al nombre de...” en vez de decir el nombre del muerto, o “polvo blanco de la denominada droga cocaína” en lugar de cocaína. Y peor aún, agrega Berganza: “Los reporteros que solo le ponen el micrófono a policías, bomberos, políticos y los dejan que hablen en ese lenguaje sin decodificar que nadie entiende, ni siquiera ellos”.
Ana María Rodas lo llama “lenguaje caduco, cliché y vaciado de contenido” y tiene el agraviante, dice, de que las capas sociales medias acaban por adoptarlo, casi por ósmosis, porque creen que es la forma más correcta y educada de expresarse.
Pero ¿qué tiene de malo que los policías hablen y escriban de esta forma tan barroca propia de su jerga y que los secunden los periodistas y, por ende, la población? La respuesta es simple, dice Monterroso. Un parte mal escrito no solo da lugar a malinterpretaciones, sino que puede guiar las investigaciones a la persona o hechos equivocados. “¡Podría hasta meterse preso a un inocente!”, dice, valga la exageración.
El otro gran problema, dice Ana María Rodas, sin ocultar el pesimismo, es que “los chapines estamos en la calle” en cuanto al uso del lenguaje. “Casi nadie habla ni escribe bien y a nadie le molesta que se escriban o digan mal las cosas”.
Monterroso, sin embargo, cree que la jerga policial no es más que el reflejo de cómo nos expresamos los guatemaltecos, con barroquismos y requilorios en lugar de ir al grano, y con eufemismos porque no nos atrevemos a decir las cosas como son. La parte triste de la historia, opina, es que al escribir con fórmulas los hechos parecen irreales y dejan de tener importancia, y la repetición constante desnuda al contenido. “Y eso es terrible para una sociedad como la nuestra en donde los ‘partes de novedades’ no tienen ‘novedad’ porque ya nada nos sorprende y ya hemos sacado callo”.
“Cada momento, cada segundo de forma desmedida. Y aun en tu ausencia, te sigo amando”, se lee en el poema de Caljú, mientras él explica que quiere promover que al menos una persona de cada comisaría del país reciba un curso sobre manejo de los medios y pueda dar y redactar informes de novedades. De pronto, un subalterno lo interrumpe: “Mi oficial, para reportarle de un cadáver de sexo masculino en la zona 4 de Mixco...”. Caljú asiente con complacencia y continúa con sus explicaciones.
Entre las risas y burlas que el ejercicio genera en clase, Rodas, férrea defensora del idioma español, trata de enseñarle a sus alumnos que todo el mundo habla de diferente forma pero hay una que los aprendices de comunicadores no pueden permitirse: la de informar de un modo tan alambicado que cueste entenderlo. Como el de los policías.
Nada mejor para acercarse al lenguaje de los encargados de la seguridad pública que los partes que cada mañana remiten las comisarías de la Policía Nacional Civil (PNC) para reportar los hechos de las últimas horas, en cada rincón del país, desde la trifulca entre dos campesinos por el robo de un chompipe, hasta un asesinato.
Son informes que llegan por fax, algunos redactados en máquinas mecánicas porque aún no llega la computadora a la estación, y que se convierten en verdaderas joyas que reflejan la forma tan enredada e indirecta que tenemos de hablar los guatemaltecos.
El uso constante de eufemismos es muy nuestro, dice Arturo Monterroso, escritor y también instructor en talleres de redacción. Recurrimos a términos decorosos para eludir a las palabras malsonantes o grotescas. Y en el lenguaje policial malsonante es casi todo: el muerto, la herida, las riñas, el capturado, el cadáver, la prostituta, el ebrio. Todo cuanto sea u ocurra es susceptible de mencionarse de una forma rebuscada, que raya en lo cantinflesco, lo ambiguo y, al final, lo incomprensible.
Uno no puede menos que imaginarse a un muerto muy vivo y fugitivo cuando lee un parte policíaco como este que remitieron de San Marcos: “El occiso se conducía a bordo de un pick up Toyota pero por causas que se ignoran el vehículo descrito se precipitó al barranco, dándose a la fuga el conductor del mismo”. ¿Huyó el occiso? No se sabe porque en la siguiente línea se especifica que “el cadáver descrito quedó en poder de familiares en virtud de oponerse al traslado”. ¿Se opuso el muerto? De nuevo queda la duda.
El vocero poeta
La oficina de Relaciones Públicas de la PNC (Oris) es una salita fresca e iluminada en el nuevo edificio de la Policía en la zona 1, en donde los periodistas pueden leer el resumen de las últimas novedades policíacas.
Hay que aspirar mucho aire para leer, de corrido, informes como el de esta persecución en El Progreso: “No obedeciendo el mismo, haciendo varios disparos con arma de fuego en contra de los elementos policiales, impactando dos proyectiles en el faldón lado derecho de la unidad descrita, dándose a la fuga, iniciándose una persecución, dándoles alcance en el lugar de la detención, incautándoles una pistola con un cargador conteniendo en su interior 07 cartuchos útiles, careciendo ambos de la licencia respectiva para su portación”.
Carlos Caljú, el vocero de la PNC y jefe de la Oris, explica que este resumen de novedades no es producción de su oficina, sino que viene de la Central de Novedades que se encarga de reunir los partes policíacos de todo el país en un informe final que se le rinde a los mandos superiores.
Sin abandonar la modestia, Caljú cuenta que su oficina sí cuida mucho la redacción y ortografía de todo lo que se escribe. Además de lo que aprenden los agentes en la Academia de la PNC sobre redacción y de los machotes que utilizan, Caljú les enseña que “las notas deben tener un lead (primer párrafo) en donde se explique el qué, cómo, cuándo, dónde y por qué, como en los periódicos, pero con un lenguaje periodístico-policial”, explica.
Carlos Caljú es un policía de 43 años (19 de ellos de carrera policial), técnico en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Francisco Marroquín, lector de novelas y aprendiz de poeta. Los versos del poema que terminó la semana pasada, titulado Y si acaso, no parecen provenir del uniformado y botas relucientes que acaba de dar declaraciones sobre el traslado de un peligroso reo, sino de un policía enamorado: “Mi pensamiento callado, trémulo, no entiende el por qué de tu ausencia. Si ayer estaba y me amabas, como la lluvia a la tierra, y el cielo a las estrellas, sí, así te amo”.
Y sí, Caljú está enamorado, dice, pero del idioma español. A menudo el vocero les pide a sus subalternos que describan objetos inanimados de distintas formas. Para inspirarlos les da el ejemplo de una puerta de madera: “pienso en el árbol que una vez albergó pájaros, que le dio sombra a las flores y en él habitaron hormigas. Y ahora estás aquí, convertido en dos tablas de madera, prisioneras en esta habitación”. “¡A usted se le ocurre eso porque es poeta!”, le alegan sus alumnos.
“No, digo eso porque pienso diferente, y ustedes deben hacer lo mismo, no ser como el montón”, les responde.
En el escritorio de Caljú se puede leer un memorando que ese día le envió un subalterno en el que reconoce que el fin de semana se redactaron “tres comunicados con faltas de ortografía y errores en el lead y que eso ya ha ocurrido con anterioridad”. “Sí, soy exigente, me esmero de que no mandemos comunicados con errores”, dice el vocero. “Aunque es verdad que en muchas estaciones de la PNC ponen a cualquiera a redactar y mandan cada cosa...”.
En la redacción de elPeriódico es famoso el relato de un reportero que cubría la fuente policial y un día, mientras revisaba los partes, se topó con la descripción de varios objetos decomisados en una vivienda, entre ellos “una cruz marca INRI”. Caljú suelta la carcajada al escuchar la anécdota. Sí, admite, el nivel educativo y cultural de muchos agentes no es el deseado “pero cada vez la Policía está más profesionalizada y casi la mitad de sus miembros tiene estudios universitarios”, enfatiza. No hay que olvidar que el poeta también es un diplomático vocero.
Uno no se cansa de hojear los mamotretos de partes policíacos cuando brotan textos inexplicables como: “Manifestando que un individuo de raza negra le disparó dándose a la fuga con rumbo desconocido totalmente tatuado quedando en observación únicos datos solvente”.
Los hay prejuiciosos como “el hoy occiso pertenecía a una de las pandillas juveniles ya que presenta un tatuaje con la leyenda ‘un perro cargando la muerte’“. No faltan los coloquiales: “Y por el estado en que se encontraba ingirió un octavote de insecticida Paraguat” y los sarcásticos: “Sorprendido agrediendo a bofetadas y puntapiés a su progenitora, el aprehendido presenta tatuaje en el brazo izquierdo con leyenda: perdón madre mía”. También están los confusos: “Una persona detenida por robo de Q500 y un cadáver” y los inclasificables: “Sorprendido flagrantemente agrediendo a su compañera de hogar sin ocasionarle golpes visibles, al momento de reducirlo al orden se abalanzó en contra de los captores, destrozando el uniforme del agente de la PNC por lo que fue puesto a disposición del juzgado”. ¿Detuvieron al hombre por pegarle a su mujer o rasgar las ropas del policía? Adivine usted.
La excesiva formalidad del lenguaje policial y judicial y que alcanza a los bomberos, los abogados y los médicos, no es propia de Guatemala. El peruano Santiago Roncagliolo la retrató tal cual en su novela Abril Rojo, ganadora del Premio Alfaguara 2006, cuando su personaje central, el cándido fiscal Félix Chacaltana, redactaba henchido de orgullo de sus habilidades lingüísticas, un informe que rezaba: “Según ha manifestado ante las autoridades competentes, el declarante llevaba tres días en el carnaval del referido asentamiento, donde había participado en el baile del pueblo. Debido a esa contingencia, afirma no recordar dónde se hallaba la noche anterior ni ninguna de las dos precedentes, en las que refirió haber libado grandes cantidades de bebidas espirituosas...”.
“Lenguaje funcional”, llama el periodista español José Luis Martínez Albertos al lenguaje propio de tecnócratas y políticos –incluso el de los policías– cuyo común denominador es precisamente la irresistible propensión al hermetismo y la ambivalencia, cita Gustavo Berganza, periodista y sociólogo guatemalteco.
El lenguaje funcional cumple una función disuasiva, porque su contundencia eclipsa las dudas aunque no las resuelve, tiene tendencia al enigma, a expresiones ininteligibles y alusiones al eufemismo. Dicho de otra forma, las declaraciones que dan ante la prensa muchos policías, políticos y funcionarios hacen sentir al ciudadano de a pie un perfecto ignorante, sin que se anime a preguntar qué significan.
¿Pero por qué hablar así? “Porque el funcionario se expresa de manera sombría, como una manera de demostrar su autoridad”, señala Berganza. En la medida en que se da información confusa y ambigua y se maneja un código que no entienden los otros, sino solo los colegas, se asume una posición de poder. “Y el gran problema de esto es que muchos periodistas se dejan seducir por esa ‘oscuridad’ para expresarse y acaban por redactar y hablar de la misma forma”, opina Berganza.
Cuántas veces no hemos oído a un comunicador emular al bombero con informes como: “quien en vida respondía al nombre de...” en vez de decir el nombre del muerto, o “polvo blanco de la denominada droga cocaína” en lugar de cocaína. Y peor aún, agrega Berganza: “Los reporteros que solo le ponen el micrófono a policías, bomberos, políticos y los dejan que hablen en ese lenguaje sin decodificar que nadie entiende, ni siquiera ellos”.
Ana María Rodas lo llama “lenguaje caduco, cliché y vaciado de contenido” y tiene el agraviante, dice, de que las capas sociales medias acaban por adoptarlo, casi por ósmosis, porque creen que es la forma más correcta y educada de expresarse.
Pero ¿qué tiene de malo que los policías hablen y escriban de esta forma tan barroca propia de su jerga y que los secunden los periodistas y, por ende, la población? La respuesta es simple, dice Monterroso. Un parte mal escrito no solo da lugar a malinterpretaciones, sino que puede guiar las investigaciones a la persona o hechos equivocados. “¡Podría hasta meterse preso a un inocente!”, dice, valga la exageración.
El otro gran problema, dice Ana María Rodas, sin ocultar el pesimismo, es que “los chapines estamos en la calle” en cuanto al uso del lenguaje. “Casi nadie habla ni escribe bien y a nadie le molesta que se escriban o digan mal las cosas”.
Monterroso, sin embargo, cree que la jerga policial no es más que el reflejo de cómo nos expresamos los guatemaltecos, con barroquismos y requilorios en lugar de ir al grano, y con eufemismos porque no nos atrevemos a decir las cosas como son. La parte triste de la historia, opina, es que al escribir con fórmulas los hechos parecen irreales y dejan de tener importancia, y la repetición constante desnuda al contenido. “Y eso es terrible para una sociedad como la nuestra en donde los ‘partes de novedades’ no tienen ‘novedad’ porque ya nada nos sorprende y ya hemos sacado callo”.
“Cada momento, cada segundo de forma desmedida. Y aun en tu ausencia, te sigo amando”, se lee en el poema de Caljú, mientras él explica que quiere promover que al menos una persona de cada comisaría del país reciba un curso sobre manejo de los medios y pueda dar y redactar informes de novedades. De pronto, un subalterno lo interrumpe: “Mi oficial, para reportarle de un cadáver de sexo masculino en la zona 4 de Mixco...”. Caljú asiente con complacencia y continúa con sus explicaciones.
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